El 6 de julio se madruga, se queda con el resto de la cuadrilla para almorzar bien temprano y bien fuerte: huevos y patatas fritas, chistorra, sangría… y hacia las 11 hay que ir yendo a la Plaza del Ayuntamiento, para hacerse un hueco y presenciar el chupinazo.
Hay muchísima gente y ni siquiera puedes moverte, simplemente, dejarte llevar por la marea blanca que espera ansiosamente a que den las 12 en punto. Y llega el momento: todo el mundo se quita su pañuelo de la muñeca y lo mantiene extendido con los brazos levantados.
“Pamploneses, pamplonesas… ¡viva San Fermín! ¡Gora San Fermín!” La emoción y la alegría de este instante se palpa en el ambiente, cae del cielo vino, cerveza, champán… Ya podemos ponernos el pañuelico rojo al cuello.
Sale la Pamplonesa, la banda de la capital navarra, que anima al personal con algunas de las canciones sanfermineras más populares. Aunque deben reservar fuerzas también para la tarde, para el famoso Riau Riau.
Pamplona entera, desde los niños hasta los más mayores, se visten de blanco y rojo una vez al año, durante 9 intensos días. Desde el día 6 hasta el 14, en el que se podrá oír el lamento de los pamploneses: “Pobre de mí, pobre de mí, que se han acabao las fiestas de San Fermín”. Pero no pensemos en eso ahora…
¿Qué tienen las fiestas de San Fermín, que te enganchan aunque no seas navarro? Probablemente la buena compañía y el descubrimiento de unas fiestas que van mucho más allá de la farra nocturna y las borracheras descontroladas.
Los bailes de los espectaculares gigantes, los cabezudos, los kilikis y los zaldikos haciendo rabiar a niños y a los no tan niños, y saber apreciar la belleza de un encierro, así como la del encierrillo, que mucha menos gente conoce; entre otras muchas cosas…
Pero todo esto, para mí hubiese sido imposible si no hubiera contando con la hospitalidad de unos anfitriones autóctonos, que desde mi primera experiencia sanferminera se preocuparon porque conociera las verdaderas fiestas de San Fermín, y las disfrutase como se merecen. Gracias.
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