Se acaba la diversión, aflora la tristeza, da rabia que se acabe lo bueno. Sabes que lo has disfrutado más, precisamente porque es breve, pero siempre quedan ganas por saciar. En poco tiempo has hecho más de lo que imaginabas, porque es impensable desperdiciar ni tan siquiera un rato.
Dentro del coche pasan los minutos, pero parecen horas. No hay nada que lo haga más llevadero, excepto la compañía, que a decir verdad, no es poco. Cientos de personas yendo y viniendo, parados por momentos: lo que perdemos en velocidad lo ganamos en desesperación.
El aire se vuelve denso y cargado, en parte por la contaminación; sube la temperatura rápida y desagradablemente. El paisaje deja de ser verde esperanza y se vuelve ocre, plano, seco y árido, como tu talante.
El día se apaga con tu ánimo, que disminuye proporcionalmente al camino que falta por recorrer. Helios se esconde, como si se sintiera culpable, pero no así Eolo, que no concede ni una ráfaga de aire fresco.
Se hace tarde mientras esperas parado, dentro de la marea de tráfico inmóvil, insufrible, infranqueable. Por fin llegas a casa: has pasado más tiempo dentro del coche de lo que vas a estar durmiendo, y el lunes por la mañana se dibuja en tu mente como un auténtico castigo.
Una vez que coges de nuevo el ritmo de la rutina, el destierro ya no parece tan malo. Pero con cada viaje de vuelta a la tierruca, se renueva la sensación de estar perdiéndote algo realmente bueno. Sólo queda preguntarse ¿cuándo llegará el día de dejar de hacer maletas?
¿Cómo no me va a gustar?
ResponderEliminarRefleja tan bien la sensación que se tiene al volver a la que parece que es tu vida real, y el abandono aquella vida que nos toco por suerte y no sabes que harías sin ella.