lunes, 6 de diciembre de 2010

TODOS TENEMOS UN LUNAR

Marilyn Monroe (Diseño: Andy Warhol)
Unos  lo tienen más grande y otros más pequeño, puede ser visible o no a primera vista, todos son de distinto tamaño, para algunos es sensual y una seña de identidad, a otros no les gusta tanto, e incluso deciden hacerlos desaparecer. Lo que es indiscutible es que todos, ya sean buenos o malos, son diferentes. No todos tenemos uno tan famoso como el de la archiconocida Marilyn, calificado como el más sexy de la historia hollywoodiense; pero el caso es que todos tenemos, en alguna parte, un lunar.
Estamos pensando en los lunares como una particularidad física y palpable en nuestra piel, pero ¿por qué no pensar en un lunar como algo especial o un rasgo propio que nos distingue y caracteriza frente a los demás? Entonces, de alguna manera, nuestras cualidades o habilidades podrían considerarse nuestros lunares particulares: son signos que actúan como distintivo y nos definen a la vez que nos identifican. A veces, no son fáciles de encontrar, pero (repito) seguro que todos tenemos uno.
Cuando alguien nos pregunta qué se nos da bien, algunas personas declaran no saberlo, o lo que es peor, contestan que nada en particular. Bien es cierto que, por mucho que insistamos, no siempre somos diestros en aquello que nos gustaría que se nos diese bien (aunque no debemos olvidar que la constancia es un factor indispensable). Pero es imposible que exista una persona a la que no se le dé bien absolutamente nada. La cuestión es dar con aquello en lo que somos buenos, y que además nos apasiona: el lunar perfecto.
En algunos casos, está tan escondido que podemos tardar años en encontrarlo; en otras ocasiones, es tan evidente que enseguida lo reconocemos. También ocurre que, a veces, con solo mirar a alguien podemos admirar fácilmente su enorme lunar. Sin embargo, esa persona no se da cuenta, y no es consciente de la belleza y peculiaridad que encierra éste, aunque para los demás sea fácilmente visible. Cuando conocemos a alguien así, y nosotros aún no hemos encontrado el nuestro, no es raro desanimarse, y compararnos con esa persona cuyo lunar admiramos, por ser especialmente llamativo o deslumbrante.
¡Craso error! La tardanza no equivale al fracaso: que no hayamos encontrado nuestro lunar, no significa que cuando lo hagamos vaya a ser más feo y decepcionante que el de los demás. De hecho, el día que lo descubramos, deberíamos cuidarlo como si de un tesoro se tratase, porque ciertamente lo es, hasta el punto de que puede darnos de comer el resto de nuestra vida. Y desde luego, excepto si es maligno, jamás pensar en extirparlo.

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